La inversión de impacto avanza desde este ámbito más tradicional de la inversión socialmente responsable para generar fondos de inversión destinados conscientemente a financiar proyectos y empresas con un impacto social positivo, consciente, medible y demostrable.
El Foro Económico Mundial de Davos 2020 ha certificado el nacimiento de una nueva etapa en la vida de las empresas y corporaciones, en la que las grandes empresas se han comprometido a trabajar para incorporar objetivos sociales y ambientales al mismo nivel que los objetivos financieros. Lo cierto es que esta nueva etapa de empresas “con propósito”, requiere no sólo de un cambio cultural y organizativo, sino también de un cambio en las condiciones en las que estas empresas desarrollan su actividad: el entorno comercial, laboral y financiero. Cada vez son más los consumidores que demandan de las empresas un sentido social y cada paso en falso dado en esa dimensión supone pérdidas millonarias en materia de reputación. Es conocido que en un mundo donde escasea el talento creativo, las personas más cualificadas se sienten más proclives a trabajar en entornos donde el trabajo tenga un significado propio, una misión que trasciende el mero cobro de la nómina a fin de mes. Y el tercer pilar de esta ecuación también se esta construyendo, en torno a la inversión de impacto.
¿Qué es la inversión de impacto? Hasta principios de la presente década, un sector minoritario del mundo financiero había comenzado a incorporar elementos éticos en su política de inversiones, con listas restringidas -como por ejemplo, no invertir en determinados sectores como el juego o el tabaco- o con sistemas más elaborados de gestión de riesgos ambientales, sociales o de gobernanza. También han aparecido instituciones financieras con una misión social, como el Banco Triodos o la Banca Ética FIARE, que propone un nuevo modelo de banca en la que los objetivos de financiación se centran en objetivos sociales, ambientales o culturales.
La inversión de impacto avanza desde este ámbito más tradicional de la inversión socialmente responsable para generar fondos de inversión destinados conscientemente a financiar proyectos y empresas con un impacto social positivo, consciente, medible y demostrable. Si la inversión responsable tenía como objetivo “no hacer daño” financiando proyectos irrespetuosos con el medio ambiente, la comunidad o los trabajadores, la inversión de impacto tiene como fin la consecución de una finalidad social o ambiental tan prioritaria, o más prioritaria incluso, que los retornos financieros.
Si la inversión responsable tenía como objetivo “no hacer daño” financiando proyectos irrespetuosos con el medio ambiente, la comunidad o los trabajadores, la inversión de impacto tiene como fin la consecución de una finalidad social o ambiental tan prioritaria, o más prioritaria incluso, que los retornos financieros.
El boom de las inversiones de impacto es muy significativo: según la Red Global de Inversiones de Impacto, la cifra global de inversiones con estas características alcanzó en 2018 los 502.000 millones de dólares, una cifra pequeña comparada con los mercados financieros internacionales (decenas de billones de dólares de transacciones) pero en constante crecimiento.
Entre los inversores se encuentran fundaciones filantrópicas, fondos de inversión especializados y, cada vez más, fondos de inversión de instituciones tradicionales que quieren ofrecer este servicio a sus clientes. Las inversiones de impacto, contra lo que podría suponerse, son rentables en el largo plazo: los inversores de impacto mantienen entre sus objetivos obtener rentabilidades en el entorno del mercado, y sólo un 15% del sector espera rentabilidades inferiores.
En España, el sector de las inversiones de impacto había nacido debilitado y con mucho retraso respecto de otros países, donde se alcanzan grandes cifras de inversión. Pero en los últimos dos años, con la creación de Foro Impacto, se ha generado un movimiento que ha agrupado a fundaciones, agentes financieros, incubadoras sociales, entidades bancarias, consultoras y empresas de servicios profesionales para estructurar el sector en el país. Así, el año pasado España entró a formar parte de Grupo de Seguimiento Mundial de las inversiones de impacto, (GSG), una plataforma que agrupa a los países más activos en este ámbito.
Subsisten retos para que la inversión de impacto se consolide como una industria madura. El principal problema no está en la ausencia de financiación, pues cada vez son más los inversores y ahorradores que quieren mantener, al menos, una porción de sus carteras de inversión en este tipo de activos, por motivaciones éticas y reputacionales. Los problemas surgen de la ausencia de masa crítica en proyectos susceptibles de ser financiados. Los proyectos de reciente creación suelen ser muy débiles y tienen que recorrer un largo camino antes de ser realmente apetecibles para los inversores, y aquellos que se han consolidado y tiene peso y experiencia, adolecen de una falta de preparación para tratar con este nuevo tipo de inversores, en un país demasiado acostumbrado a la subvención pública para solucionar cualquier problema social.
Si la inversión de impacto se consolida y crece, algo que parece más que probable, la tercera pata de que sostiene las condiciones de un nuevo modelo de empresa se sumará a las demandas de los trabajadores y los clientes, y veremos rápidos avances en la consolidación de un nuevo modelo empresarial y social, que navegará entre el dinamismo de los mercados y las exigencias públicas de un comportamiento más ético y responsable.
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