El Green New Deal al que aspiramos, también necesita un ecosistema de la información más sano y más robusto. Para lograrlo, necesitaremos tener medios de comunicación fuertes, empresas socialmente comprometidas que sean capaces de transmitir sus valores y ciudadanos críticos y exigentes a los que no se les pueda engañar con un simple mensaje de whatsapp.
Recientemente he leído un par de entrevistas en El País con Ana Botín, presidenta del Banco Santander, y con Ignacio S. Galán, presidente de Iberdrola, en las que ambos coinciden en hacer hincapié en la necesidad de un nuevo contrato social (Botín) y un green deal europeo (Galán) que nos permitan superar las consecuencias del descalabro económico fruto de la pandemia del coronavirus. Estas ideas no son sólo suyas, pero es importante que dirigentes participen en este debate por su extraordinaria influencia en el mundo de las empresas y en el de las finanzas.
Tanto el Santander como Iberdrola son destacadas entidades de ese parque cerrado de grandes corporaciones que influyen en la agenda del país. Y más allá de maniqueísmos de corto alcance, es muy relevante que asuman el papel de fuerzas tractoras de este new deal ibérico que los distintos gobiernos describen como un gran ejercicio de reconstrucción nacional.
Pongámonos en el caso de que este debate sigue adelante y que nos ponemos a preparar entre todos el orden del día de ese nuevo gran pacto político, social y económico. Pues bien, en él, y quizás por deformación profesional, me gustaría que se incluyera un punto esencial para que ese new deal sea algo más que una declaración rimbombante y efectista sin consecuencias prácticas: el de la necesidad de trabajar para que éste llegue también al periodismo y a la comunicación.
En un mundo que, pese a los augurios apocalípticos, seguirá más o menos igual de globalizado como el de antes del coronavirus (salvo que el virus sea capaz de inutilizar los cables submarinos de Internet que han convertido el planeta en una urbanización al alcance de un click), suena pueril pretender que España aporte por sí sola soluciones locales a un problema que es global.
Pero es cierto que, más allá de confrontaciones y polarizaciones domésticas, debemos esforzarnos para transmitir una imagen de marca de país seguro y con las ideas claras en los cuatro grandes pilares por los que se moverá el mundo: la innovación, la digitalización, sostenibilidad y la internacionalización. Y en eso, la comunicación y el periodismo son, como se dice ahora, actividades esenciales. Nos hace falta un nuevo relato de país y nos hacen falta profesionales que sepan contextualizar y enmarcar ese nuevo discurso para hacerlo creíble y para que conecte emocionalmente con los ciudadanos.
Ahora bien , tanto en el periodismo como en la comunicación tenemos que solucionar antes nuestros problemas particulares si queremos ayudar aponer en marcha ese nuevo contrato social. Entre ellos, me quedo con tres para su discusión:
1. El futuro de los medios de comunicación tras el derrumbe del modelo de negocio basado en la publicidad y, en el caso de los periódicos, la venta de ejemplares de papel.
2. La importancia de trabajar, desde una comunicación corporativa comprometida con los valores sociales, la imagen de nuestras marcas para, así, poder colocarlas en esta nueva liga global 2030.
Y 3. Cómo afecta a nuestra capacidad de generar confianza un fenómeno que aquí arrasa: el de las informaciones y las web falsas.
En todos los supuestos, las responsabilidades son compartidas y colectivas, pero se les debe exigir más a unos que a otros. Y es bueno que lo asumamos cuanto antes, porque este mundo nos va a exigir también nuevos sacrificios y compromisos.
Vayamos por partes:
En lo que se refiere a la crisis de la industria del periodismo, esa responsabilidad hay que pedírsela en primera instancia directamente a los ciudadanos. El derrumbe del modelo de negocio de los medios ya no es una hipótesis, sino un hecho. La publicidad se ha trasladado a los grandes gigantes sociales de la red (Google + Facebook) y los sistemas de pago por contenidos apenas acaban de arrancar en las grandes cabeceras.
Los españoles requieren información de calidad, básica para combatir la desinformación, y baten records de visitas en los portales de los principales medios, pero, después de treinta años de gratis total en los periódicos, aún no acaban de asumir que, si quieren periodismo de calidad, tendrán que pagar por él. Como consecuencia, el mercado periodístico se cae, las cabeceras sufren y la información se precariza y genera desconfianza.
Pues bien, o los lectores se van comprometiendo pagando por algún periódico lo mismo que desembolsan diez euros por Netflix o por Spotify o no podrán reclamar (ni disfrutar) de un periodismo capaz de soportar las inevitables presiones que les lleguen desde la política, la empresa o el mundo de las finanzas y, de otra parte, de desenmascarar a los traficantes de infamias y de bulos.
En cuanto a la marca social de las empresas, a quienes hay que exigirle esa responsabilidad más directa es a quienes están en la cúspide de estas organizaciones: a sus dueños y altos directivos. Ya no vale usar la responsabilidad social corporativa como un cliché vacío que queda muy bien en los discursos y en las presentaciones de las memorias de sostenibilidad, pero que luego acaba en algo vaporoso.
La misma pandemia nos demuestra que, más allá de los prejuicios clásicos sobre ellas, la mayoría de las empresas ya es consciente de que sólo compartiendo y transmitiendo los valores sociales de la comunidad a la que sirve, podrá ganarse la confianza de los ciudadanos a quienes quiere vender productos, bienes o servicios. En una era de escrutinio global y transparencia forzada, las empresas no podrán optar a ser socialmente responsables. O lo son o, si no, el mercado las expulsará más temprano o más tarde. Y eso les obligará a trabajar mejor su reputación.
Y, por último, en relación con las noticias falsas, que nos afectan a todos, a quien primero hay que reclamarle responsabilidades es a las Administraciones y a los gobiernos, quienes deben asumir su rol capital a la hora de liderar una acción conjunta con las plataformas sociales para frenar un proceso de erosión de la credibilidad que pone en peligro el propio nivel de calidad de las sociedades democráticas.
En este nuevo orden social, las Administraciones deben comprender la magnitud de la cuestión (estamos ante el mayor vertido tóxico de informaciones falsas de la historia de la humanidad) y, abandonando tentaciones orwellianas, liderar un ambicioso frente de lucha que incluya en esta disputa a los propios medios de comunicación y también a las instituciones educativas y culturales del país.
Este new deal al que aspiramos necesita un ecosistema de la información más sano y más robusto. Y para lograrlo, necesitaremos tener medios de comunicación fuertes, empresas socialmente comprometidas que sean capaces de transmitir sus valores y ciudadanos críticos y exigentes a los que no se les pueda engañar con un simple mensaje de whatsapp.
El empeño no es fácil para quienes quieren un periodismo y un ejercicio de la comunicación corporativa que sean capaces de aportar un valor social, pero es el momento de afrontarlo, ahora que hablamos tanto de este new deal peninsular. Entre otras razones, porque quizás no tengamos ya otra opción si no queremos perder más trenes hacia la modernidad o hacia donde quiera que vaya la sociedad que saldrá de la pandemia de la COVID-19.
Juan Carlos, aquí un experto en abrir debates. Lo bueno es que, además, los enfocas muy bien. Algunas ideas a cuento de tu post.
1. Botín y Galán hacen muy bien liderando este New Deal, pero no nos olvidemos que para ellos, lo primero siguen siendo sus accionistas. Y esto es lo que ahora les piden. Mañana será otra cosa…
2. La marca país en España, de momento, se cocina en Moncloa, y ahora el chef es un tal Redondo. No se hará nada si el Redondo de turno no quiere.
3. Estamos hablando de periodismo, no de periódicos. Y el periodismo no es comparable con Netflix ni Spotify. Son entretenimiento. El periodismo, información. Lo que habría que salvar es el periodismo, no los periódicos. Y el periodismo son periodistas. A lo mejor, un periodista no necesita mucho más que una marca para vender su producto…A lo mejor lo que sobra son las macroestructuras, carísimas e insostenibles, que se han creado para vender información.
4. No pediría responsabilidades a las administraciones respecto de la fake. Son parte del problema.
Y 5. Tu artículo es de los buenos, tiene alcance…