La pandemia de COVID-19 ha reconfigurado el mapa de riesgos de nuestras sociedades. Las prioridades han cambiado, pero los desafíos siguen siendo los mismos. Necesitamos ciudades más inteligentes y resilientes frente a los retos del cambio climático, la inseguridad, la movilidad y las enfermedades infecciosas.
La concentración urbana de la población mundial es cada vez mayor. El 55% de los habitantes del planeta vive en ciudades, según datos del Banco Mundial. En la Unión Europea, lo hace el 77% de las personas, el 80% en Francia o España. Los porcentajes superan también el 75% en Norteamérica y buena parte de Sudamérica, de acuerdo con Unicef.
La urbanización del planeta avanza a un ritmo cada vez mayor. Las ciudades concentran no solo personas, sino recursos y riqueza, mientras el rural se va quedando vacío. Las grandes urbes aportan oportunidades, eficiencia en el uso de recursos y un mayor acceso a servicios; pero conllevan sus propios desafíos, muchos de ellos inexistentes en el entorno rural. Hacerlas resilientes a través de la tecnología es clave para reforzar su sostenibilidad en el futuro.
¿Qué hace una ciudad inteligente?
Conectividad, sensores e infraestructuras para recopilar datos. Así empezó el sueño de las smart cities. Obtener todas las ventajas de la tecnología móvil y las redes de comunicación para conocer mejor nuestras ciudades y hacerlas más eficientes. Sin embargo, esta es solo una de las capas que hacen que una ciudad sea verdaderamente inteligente.
De acuerdo con el McKinsey Global Institute, existen tres niveles en los cimientos de una smart city. Por encima de la infraestructura tradicional (tanto física como social), se coloca la primera capa, la primera también tecnológica, que incluye redes de conectividad, sensores y dispositivos electrónicos. La segunda capa estaría formada por la infraestructura necesaria (hardware y software) para gestionar y analizar los datos recabados por la primera. Y la tercera capa la forman los ciudadanos y sus hábitos digitales, en la medida en que sacan partido a las herramientas inteligentes disponibles.
Puede sonar enrevesado, pero el objetivo está claro. Un ecosistema urbano que integre desde las infraestructuras hasta las personas a través de la tecnología será más ágil y eficiente a la hora de actuar, y tendrá una mayor capacidad de reacción y resistencia frente a retos imprevistos; retos como el que está suponiendo la pandemia de COVID-19.
El papel de las telecomunicaciones y la tecnología digital ante este escenario es clave. De hecho, las Naciones Unidas, a través de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), ha puesto en marcha una plataforma en la que compartir mejores prácticas digitales para minimizar los impactos de la emergencia sanitaria. La plataforma REG4COVID está abierta a reguladores, instituciones, operadoras y organizaciones civiles y tiene la vista puesta en la resiliencia de las ciudades.
Salud, movilidad, energía y residuos
Un ecosistema urbano inteligente actúa a través de casi todos las verticales. De los negocios a la movilidad, pasando por las utilities y la salud. En este último sector, el foco ha estado en los servicios de telemedicina, pero el papel que pueden jugar las smart cities frente a las enfermedades también es importante.
Según la asociación de operadoras GSMA, internet de las cosas puede mejorar el monitoreo de la salud de la población y mejorar los tiempos de respuesta ante emergencias. La tecnología puede ayudar a reducir las aglomeraciones en hospitales y centros de salud, y mejorar el estilo de vida de las personas con discapacidad y enfermedades crónicas. Además, los datos recabados pueden contribuir a mejorar las medidas preventivas y la reacción ante imprevistos.
A nivel de la gestión de los recursos, como la energía o la red de agua, y los residuos, las ciudades inteligentes tienen mucho que aportar. De hecho, este es probablemente el ámbito donde el diseño de las smart cities más ha avanzado en los últimos años. La gestión inteligente de las redes eléctricas permite usar de forma eficiente los recursos y optimizar toda la cadena de valor, desde la producción hasta el uso a nivel doméstico.
Bajo este paraguas podemos agrupar cientos de soluciones concretas, como el alumbrado público inteligente o los sistemas locales de tarificación dinámica. Algo parecido ocurre con las redes smart de saneamiento de aguas y residuos, que permiten desde detectar posibles fugas en tiempo real y optimizar el consumo hasta la gestión precisa de los residuos para su posterior reciclaje y puesta en valor.
Por último, los sistemas de movilidad inteligentes también contribuyen a reforzar la resiliencia de una ciudad. La monitorización de los flujos de tráfico permite adaptar la oferta de servicios a las necesidades reales de la población, integrando sistemas públicos (como el metro o los autobuses urbanos) a soluciones privadas como los servicios de carsharing.
Todo confluye en un último nivel, imprescindible para que una smart city sea realmente inteligente: el smart government. La capacidad de gobierno y gestión integral, con las herramientas necesarias para tomar decisiones basadas en datos reales y precisos. Todo para el beneficio de los ciudadanos y la resiliencia de las ciudades, para estar preparados para los desafíos predecibles y los imprevistos.