Ingreso Mínimo Vital: se trata de dignidad, no de caridad 0 1835

l Congreso de los Diputados ha convalidado con una amplia mayoría el Real Decreto-ley del gobierno progresista para poner en marcha un Ingreso Mínimo Vital. Un paso importante para hacer realidad uno de los lemas más escuchados en los últimos meses en los entornos políticos e institucionales: “que nadie se quede atrás”.

El Ingreso Mínimo Vital, es una prestación no contributiva de la Seguridad Social que garantiza ingresos mínimos a quienes carecen de ellos. Una vez más, ha sido un gobierno progresista el que ha tomado una medida de amplio calado social para proteger a los más vulnerables en un momento de especial vulnerabilidad.

Cómo será de oportuna y necesaria la medida, que hasta el Partido Popular en su desenfrenada carrera por competir con Vox en su oposición a todo lo que venga del gobierno, no ha encontrado argumentos suficientes para justificar su oposición y ha votado a favor. Su principal matización ha sido demandar una evidencia evidente, “la transparencia, la sostenibilidad y el rigor en el sistema de ayudas”.

Por su parte, la extrema derecha de Vox, que había proclamado que la medida es una “paguita”, sube el tono en el mercado del populismo identitario a través de su portavoz de Vox, Jorge Buxadé, para alertar de la maquiavélica agenda progresista que “fomenta la invasión” así como el “efecto llamada en los países del Magreb de forma masiva”.

Pero más allá de la simplificación de problemas complejos y de los fuegos artificiales dialécticos de la política, lo cierto es que el Ingreso Mínimo Vital constituye una importante medida social. Lo es muy especialmente para las familias más vulnerables. La mitad de los hogares que percibirán este ingreso cuentan con niños a cargo, y su cuantía dependerá del número de miembros de cada hogar analizando las rentas en conjunto de cada familia. La prestación, pretende complementar los ingresos familiares con una prestación entre los 462 euros para un adulto que viva solo, hasta un máximo de 1.015 euros en hogares con dos adultos y dos hijos. De igual forma, a las familias monoparentales se les garantizaría una renta de entre 700 y 977 euros, dependiendo del número de hijos.

Reconstruir nuestro pacto social tiene que apoyarse en la inteligencia distribuida y la energía creativa que ha demostrado la sociedad durante estos meses de crisis sanitaria

Quedan muchos frentes por atender, y tenemos ante nosotros el reto titánico para reconstruir económica, social y emocionalmente nuestra sociedad. Una vez estabilizado el frente sanitario, en el que no hay que bajar la guardia, y desplegadas medidas de choque para apoyar a las empresas y los autónomos, hay que centrar los esfuerzos en el apoyo a las familias y a las personas más vulnerables. Deberemos reflexionar serenamente sobre qué tipo de sociedad queremos reconstruir aprendiendo de las lecciones de la pavorosa crisis financiera de 2008 de la que apenas nos hemos recuperado. Entonces rescatamos a los bancos y dejamos en la cuneta a las personas. Hoy tenemos que responder de otra manera. “No se trata de ser el primero, sino de llegar con todos y a tiempo“, parafraseando al poeta español León Felipe.

No dejar a nadie atrás, requiere apostar por una sociedad más cohesionada, con más apoyo mutuo, construyendo nuevas coherencias y coaliciones desde la gobernanza de lo complejo para ofrecer respuestas concretas a los problemas de la gente y cortar el paso al simplismo y demagogia del populismo. Una batalla tanto en el terreno de las ideas como de las acciones con una reingeniería política, social, económica y organizacional que responda a la descripción que ha hecho la filósofa Adela Cortina del momento en que vivimos: “no sobreviven los más fuertes, sino los que se apoyan”.

La aprobación del Ingreso Mínimo Vital es así, una primera piedra de un largo proceso reconstituyente del nuevo pacto social que debemos diseñar y construir. La política social no está basada en la caridad, sino en la dignidad. Este paso, contribuye decididamente a ello, apoya a los menos favorecidos, pero no es suficiente. Responder a los retos a los que nos enfrentamos con los códigos, formas e instrumentos del pasado no será ya suficiente. Tienen que emerger liderazgos y nuevas formas de gobernanza de lo extremadamente complejo para generar un nuevo músculo político, económico, social y medioambiental que nos permita construir un nuevo horizonte de seguridad individual y colectivo.

Reconstruir nuestro pacto social tiene que apoyarse en la inteligencia distribuida y la energía creativa que ha demostrado la sociedad durante estos meses de crisis sanitaria. El liderazgo desborda las instituciones y tiene mucho que ver con la capacidad de impulsar medidas, pero igualmente en la habilidad de tejer consensos y complicidades para que, con generosidad e inteligencia, podemos conciliar los valores en conflicto.

Se trata de gobernar y conectar, y conectar para gobernar. Construir una sociedad resiliente requiere humildad, reconocer que solos no podemos, algo para lo que muchos líderes y dirigentes no están todavía preparados. En esta sociedad desorientada, confusa y contaminada por la incertidumbre, la tan ansiada resiliencia solo la podemos alcanzar contaminándonos de otro virus, el de la colaboración.

Autor: Pau Solanilla. Director de la Fundació Rafael Campalans

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