En el Mar Menor, la mayor laguna salada de Europa, se amontonan en los mérgenes desde hace varios días miles de cadáveres de animales acuáticos (peces, crustáceos y moluscos) que forman parte de su biodiversidad. Según Juan Patricio Peñalver, una vez consumado el ecocidio, con perjuicios irreparables, lo mínimo es exigir responsabilidades. Sería un grave error que, además de privar a las nuevas generaciones de este espacio natural, les traslademos un mensaje de impunidad e indiferencia ante una catástrofe de este calibre.
El ser humano sigue desorientado, prestando atención a lo superficial y llegando tarde a toda crisis medioambiental. Poniendo parches cortoplacistas donde debería aplicar soluciones sostenibles, inconsciente (todavía) de la relación tan directa que tiene la conservación de la naturaleza con su propia salud y supervivencia. Cuando mira al mar, solo ve una gran extensión de agua ante sí o, a lo sumo, un lugar donde remojarse, practicar la pesca o hacerse selfies para Instagram al atardecer. Apenas repara en toda la vida que alberga ese mar, salvo que asome a la superficie.
Así ha ocurrido en el Mar Menor, la mayor laguna salada de Europa, en cuyos márgenes se amontonan, desde hace varios días, miles de cadáveres de animales acuáticos (peces, crustáceos y moluscos) que forman parte de su biodiversidad. Una escena que ha horrorizado a todo el mundo (literalmente, porque ya se han hecho eco algunos de los principales medios de la prensa internacional). De repente han saltado las alarmas, como si no fuera un desenlace previsible, profusamente anunciado.
Hay quienes ya advierten de que el colapso del Mar Menor puede ser la antesala de lo que acabará pasando en el Mar Mediterráneo.
Siguen sin ser una prioridad la mayoría de problemas medioambientales que han estallado o están por estallar. De hecho, hay quienes ya advierten de que el colapso del Mar Menor puede ser la antesala de lo que acabará pasando en el Mar Mediterráneo. Y al hilo de esto, ojalá no sea verdad lo que algunos denuncian acerca de que el pretendido Proyecto “Vertido Cero” que propone el Gobierno regional implicaría verter nitratos al Mediterráneo (los que no se puedan eliminar al desnitrificar las salmueras) mediante emisarios que atravesarían praderas de posidonia oceánica.
El caso es que solo reaccionamos ante un problema cuando salpica directamente al ser humano: cuando perjudica a nuestra actividad lúdica, nuestra salud o nuestro bolsillo. Y solo si ya son muy perceptibles a la vista los efectos del problema, como ha ocurrido estos días. Salta a la vista nuestra falta de educación y de sensibilidad hacia el entorno natural. Incluso ante situaciones como esta, la especie humana sigue situándose como la protagonista absoluta de todas las preocupaciones, como si no hubiese tenido ocasión ya de aprender sobre la importancia de conservar los ecosistemas y el equilibrio natural del planeta.
En ello consiste precisamente la sostenibilidad: en conseguir un maridaje duradero entre crecimiento económico, bienestar humano y conservación del medio ambiente. Creo que es digno de compasión el empresario que aún no se haya percatado de ello y no esté realizando un denodado esfuerzo por adaptarse a esta realidad. No hay futuro posible sin respeto a las personas y a la naturaleza. No podemos permitirnos el “pan para hoy y caos para mañana”.
Tras un largo tiempo lanzándose cuchillos, vienen ahora los gobiernos (regional y estatal) a crear una comisión “para solucionar la crisis del Mar Menor”. Más bien la podrían crear para organizar el velatorio, porque el daño ya está hecho. La albufera murciana está herida de muerte, por la acción y la inacción de concretas personas físicas y, sobre todo, jurídicas (principalmente empresas y poderes públicos). La mayoría de expertos señalan a la contaminación del agua por nutrientes procedentes de la agricultura intensiva, que desemboca en episodios de anoxia (falta de oxígeno) y la consecuente mortandad masiva que estamos presenciando.
Ahora llegan las prisas y las reacciones a la desesperada. También de vecinos y foráneos habituales de este paraíso natural y turístico, que se han dispuesto a salvar peces trasladándolos en cubos hasta el mar vecino sin tener en cuenta el peligro que esto puede suponer para el ecosistema receptor, como ha apuntado la bióloga Mar de Miguel. Tampoco han faltado influencers paseando por La Manga para denunciar el estado de “la única laguna salada de Europa” (evidentemente no es la única, aunque sí destaca por sus particulares características y goza de seis figuras de protección, alguna incluso de carácter internacional, que, como vemos, de poco le han servido).
Anécdotas como esta han inundado Internet, solapándose con protestas de vecinos que intentaban hacerse escuchar aprovechando que la Vuelta Ciclista pasaba por la zona (el exciclista y comentarista deportivo Pedro Delgado se solidarizó al término de la carrera, mostrando la bandera negra con el simbólico caballito de mar).
Por supuesto, tampoco faltan acaloradas discusiones con sesgo partidista. Sabios de sillón que se aventuran a opinar sobre la conveniencia de la apertura de golas para el intercambio hidrodinámico con el Mar Mediterráneo y sobre la mayor o menor credibilidad de unos científicos u otros, según declaren lo que se quiere escuchar. Entretanto, un periodista recorre las playas entrevistando a los veraneantes, que declaran estar muy apenados, no tanto por las consecuencias ecológicas, sino porque no pueden bañarse y antes el Mar Menor “era una gozada”.
Más allá del habitual cariz berlanguiano que adquieren todos los asuntos en nuestro país, cabe recordar que desde el principio hubo soluciones sobre la mesa. Muchas propuestas interesantes. Pero ninguna medida se aplicó a tiempo, si es que se llegó a intentar. Algunas tan palmarias como la clausura de regadíos ilegales (parece ser que al menos 8.000 hectáreas), sin duda acompañada de sanciones, restricciones y controles.
Otras más costosas pero necesarias, como la transición urgente a una agricultura más ecológica. Y otras, en fin, más originales, pero a la vez económicas y sostenibles, como retener los arrastres de agua de lluvia con parques inundables. Y es que, como cualquier murciano sabe, la proximidad del otoño conlleva un aumento del riesgo de sufrir una DANA (lo que antes se conocía como “gota fría”). Esto puede suponer inundaciones y arrastre de nitratos por las escorrentías, que no hará sino acelerar el desastre y agravar la terrible agonía del Mar Menor. Sin embargo, veremos lo que dura la repercusión mediática esta vez. Probablemente hasta que deje de ser tan visible y molesto este episodio de mortandad.
Cualquier medida preventiva es preferible a decenas de medidas paliativas. Pero una vez consumado el ecocidio, con perjuicios irreparables, lo mínimo es exigir responsabilidades. Sería un grave error que, además de privar a las nuevas generaciones de este espacio natural, les traslademos un mensaje de impunidad e indiferencia ante una catástrofe de este calibre.
Juan Patricio Peñalver (jurista, profesor y divulgador)
Foto: RTVE