El consentimiento y la activa participación de la población siguiendo las indicaciones de las autoridades públicas para ponernos máscaras y vacunarnos, han sido fundamentales para frenar la pandemia de la Covid-19. No ha bastado con el poder coercitivo del Estado, sino que son medidas que requieren de una participación casi universal para que sean efectivas, y eso no hay poder coercitivo que lo pueda garantizar, por lo menos en las sociedades democráticas.
En sociedades donde ha fallado esta activa colaboración ciudadana, incluso disponiendo de los medios materiales, por desgracia las cifras de contagios y muertes siguen siendo elevadas. Estudiar bien por qué algunos países (como España) han alcanzado niveles más elevados que otros de colaboración ciudadana, a igualdad de recursos económicos, nos debe llevar a entender mejor cuales son los determinantes de la contribución individual a los bienes colectivos en caso de emergencias globales.
El problema es que sirve de poco a medio y largo plazo que países aislados se enfrenten al reto, cuando se trata de desafíos globales, donde además los distintos países no parten con igualdad de recursos.
Sin embargo, como recordaba una viñeta de la revista The Economist al inicio de la pandemia, ésta no es más que un aperitivo para la gran lucha que le espera a la humanidad contra el cambio climático. El sabor agridulce que ha dejado la Cumbre de Glasgow, nos debe hacer recordar que estamos lejos de garantizar que la temperatura media del planeta no aumentará más de 1.5 grados antes de finalizar el siglo, lo que implicaría catástrofes humanitarias y sociales de las que la mayoría de la población todavía no es ni consciente.
Ponerse una máscara y vacunarse (esto último, gratuitamente), es algo realmente fácil de hacer. Más difícil es cambiar de hábitos, en especial en terrenos como la movilidad y la alimentación. Pero no es algo que esté en absoluto fuera del alcance de la inmensa mayoría de la población.
Hay que abandonar el uso de vehículos contaminantes y hay que adoptar una alimentación donde el consumo de carne sea en todo caso esporádico. Y por supuesto, hay que votar por partidos políticos que hagan suyo el mensaje de la emergencia climática y del cambio de hábitos (y de los impuestos ecológicos, y del Pacto Verde Europeo, etc.), igual que han hecho suyo el mandato de llevar mascarillas y de extender las vacunas a toda la población.
Todo esto no lo arregla el mercado por sí solo. Necesitamos gobiernos de alta capacidad a todos los niveles, que actúen en sintonía con comunidades activas y sensibilizadas. Imposible hacerlo sin cooperación entre niveles de gobierno, y sin un fuerte sentido de la participación ciudadana y la equidad.
Francesc Trillas es Profesor del Departamento de Economía Aplicada de la Universitat Autònoma de Barcelona.