Las empresas son como las personas. Durante un tiempo, cuando nacen y se desarrollan, quieren experiencias de vida, marcha, ritmo, fuerza, sentir que van a por todas y que están exprimiendo hasta la última gota del talento de sus profesionales. No piensan en cómo gastar la energía porque les sobra. Su lema es atlético: “Siempre con fuerza, siempre adelante”.
Pero, también como las personas, llega un momento biológico de madurez en el que se paran a pensar en lo que están haciendo y reclaman certidumbre y estabilidad: un proyecto de vida que trascienda y no el sueño de una noche de verano.
En tiempos tan líquidos como los que vivimos, en los que se suceden sin interrupción las disrupciones y se nos vaticina una distopía inminente de inteligencias artificiales a la vuelta de cada esquina, ahora también necesitan un cinturón de seguridad y de confianza que les permita sacar lo mejor de sus equipos sin pensar que el mundo se les va a abrir bajo sus pies.
Ese cinturón de seguridad no se compra en unos grandes almacenes ni se lo trae un mensajero hasta la puerta de su oficina o de su casa. Ese cinturón se labra día a día con acciones y con hechos que forjan la fortaleza de la compañía y que transmiten con coherencia que lo que predican, lo practican. Y que, por tanto, son empresas de las que los demás se pueden fiar.
Ese cinturón de seguridad es el de la reputación,. Y ese cinturón, que ni es tangible ni aparece en los excel de la empresa, es esencial tanto para su buen funcionamiento interno como para lograr ese carné indispensable para lograr esa confianza de los clientes, de los proveedores y, sobre todo, de la sociedad en la que prestan o venden sus bienes, sus productos y sus servicios.
Por eso, cuando se habla de cuidar la reputación de una empresa, es importante que nos detengamos en dos ideas vitales para manejarse por un escenario tan febril y cambiante como el actual.
En primer lugar, que el cuidado de esa reputación es integral. De nada vale mostrarse como un adalid de la sostenibilidad o de las nuevas herramientas de la inteligencia artificial si luego esas empresas se comportan con sus trabajadores con la falta de empatía propia de una empresa esclavista. Y de muy poco sirve también que comuniquen lo bien que hacen las cosas y lo comprometidos que están con el mundo que les rodea si luego lo que proclaman no se corresponde ni de lejos con la realidad de lo que hacen. El greenwashing, no hace falta que os lo recuerde, es cancerígeno para cualquier empresa.
Y en segundo lugar, que esa búsqueda de una buena reputación que les ofrezca la confianza, la tranquilidad y la estabilidad que desean no está reñida con el espíritu innovador, con la energía o con el entusiasmo que hace que su trabajo sea mejor y más atractivo.
La buena reputación es, en tal sentido, su particular seguro de vida. Y ahora que se nos auguran cambios tan drásticos en una sociedad que ha dejado de ser analógica para abrazar la fe del Dios Data, la buena reputación se erige también como el salvoconducto para seguir defendiendo la confianza en los seres humanos frente al poder de los algoritmos.
Hoy, no hay empresa o institución que no esté pensando cómo integrar la inteligencia artificial y el big data en sus estrategias de futuro. Y hacen bien. Pero sin una buena reputación, nada de eso les servirá. Y para lograrla, ya les valdrá no olvidar que antes que las máquinas van las personas.
Juan Carlos Blanco, periodista, consultor y formador en comunicación.