
Escribo esta nota desde un tren de Alta Velocidad, rumbo nuevamente a Madrid tras ser uno de los miles de pasajeros que nos quedamos atrapados en los trenes por el apagón general de la península ibérica.
Una gran experiencia sociológica para clasificar la conducta humana. Después de 4 horas encerrados en mitad de la nada, surgieron los catastrofistas, paranoicos, negacionistas, los bromistas, los colaboradores, los líderes.
No obstante, aprecié que un sentimiento soterrado estuvo presente en todo momento, como el calor contagioso que inundó el pasillo del vagón tras las primeras horas, una sensación incluso entre los más positivos: la desconfianza.
Se escuchaban conversaciones sobre el COVID, la guerra con Rusia, Trump, la Dana, El papa negro, el gobierno actual, con un mismo telón de fondo: Alguien nos está engañando, hay algo que pasa y no conocemos la verdad.
En mi butaca deseoso de conocer las noticias que apuntarían a las distintas causas de lo sucedido, supe que las renovables serían víctimas de los acontecimientos.
No poseía ningún tipo de razón técnica para tal afirmación, pero si, todo el conocimiento de años de escucha y análisis sobre los sentimientos que genera los cambios acelerados que trae la introducción de nuevos modelos tecnológicos, en algo tan sensible para la vida de todos, la energía. Como ayer quedó demostrado.
El problema principal de rechazo de las renovables en algunas personas no son las renovables en sí, ni sus características, ni afecciones. El problema está en el momento actual que vive la humanidad, en ello que yo llamo “la Era de la desconfianza”, donde las renovables son hijas de su tiempo. Como en la época del filósofo Thomas Hobbes (1588-1679) que decía: «el día que yo nací, madre parió dos gemelos: el miedo y yo», el XXI está mostrando rasgos comunes con su época, el miedo -desconfianza- a los grandes cambios, como motor de la sociedad.
Desconfianza a lo foráneo, lo nuevo, a los que están detrás de tecnología y la ciencia, a los que piensan distinto, a lo intangible y sensible. Llevamos décadas transformando de forma exponencial el modelo tradicional de vida mantenido durante más de 5.000 mil años de civilización, y pretendemos que las sociedades simplemente confíen y acepten los cambios, por muy buenos que sean para ellos y para el planeta.
Sin embargo, me es grato reconocer que, en mi vagón este lunes frente a la desinformación y el desconcierto que reinó, lo más destacado no fue el miedo, fue la paciencia y la solidaridad.
Frente al miedo y la desconfianza: contacto humano, colaboración, diálogo. Es básico, pero es fundamental.
Y hoy estoy más convencido que la clave para hacer una entrada más armónica y efectiva de la energía renovables en la vida de todos, como muchas otras cosas, es muy simple: más comunicación, más empatía.
Lucas Monsalve